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[Como iluminado fui enviado al fondo de una encía de "rompeteelalma", en la comisura izquierda de sus fauces caminando entre piorreicos barrancos y sarros.] |
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[El "aiga".Estacionados apuntando al norte, a la Mayor, en el pantano] |
Como los colmillos de un monstruo
gigantesco que durmiendo con sus fauces abiertas a la noche traga estrellas y
traga luz. A su garganta, tragaluz de conglomerados y estrechísimos callejones, nos
encaramamos Dani y yo. (Cerrada) La noche, cerrada, y el profundo encajonamiento en donde
nos encontrábamos absorbía la luz de nuestros frontales. Con el pesado
material en las mochilas reposaba la humedad y el frío en los hombros añadiendo
todavía más a la carga. Un termo con rico buen café por parte de Dani, a él le
correspondió esta vez; unos bocadillos ligeros de embutidos sabrosos, lechugas y
salsas, a mí.
Encaramos la noche
con la intención aportada por el recuerdo de ellas en la oscuridad de mi memoria. Una
pista arenosa nos condujo al plano de bifurcación donde tomamos la izquierda
evidente para Dani; reguero ahora seco, sus sedimentos añadían pistas de un
rastro torrencial, era pues estaño
hilillo de agua. No quisiéramos estar en instantes de lluvias viendo como un
caudal rudo y tirano se precipita al encuentro del que es afluente
ocasional.
Los meandros
locos, voraces, se parecen a las
sociedades de codicia que transforman el paisaje de una década a otra.
Veinticuatro años
son muchos para que unas arcillas, otras dislocadas tobas, margas y conglomeradas
piedras de arenas semimovedizas mantengan el mismo aspecto; un lugar sin calma
pero con sosiego el nuestro que poco a poco y, a medida que nos adentrábamos,
fuimos, sin querer, escalando el más angosto de los callejones
pendientes. Nichos y trincheras sin cuerdas y apoyados en la falta de luz nos dimos cuenta de la
inclinación bárbara cuando llegamos a un cóncavo final, a un punto incomunicado
salvo al espacio estrellado, que arqueando sus labio de tierra nos
rodeaba como una ceja despuntando la peluda hierba por su borde extraplomado. Con unos piolets para hielo hubiéramos alcanzado la cima del cerro
Guadarrama.
Retornando por el torrente de cantos rodados y desmoronadas tierras giramos a la izquierda desde
el fondo. Algo más amplias las diferentes paredes nos proporcionaron un respiro
para las lámparas que se consumían al color de las paredes de aquella
capadocia roja.
Las
chimeneas de hadas, desde antaño aun en pie, a la cerrada noche proponían
desviaciones imaginadas que como en procesión organizada hacían guardia a modo
de esfinges contrariadas al preguntarse por nuestra presencia en la tierra de
las cárcavas.
Tras horas de
fotogramas recogimos nuestro nómada campamento, itinerante de diafragmas y
aperturas varias; obturados los dedos por el húmedo frío la vuelta se tornaba
cansada.
Una última subida
a la antigua pista del canal nos descubrió una luna incipiente que a su modo
cenicienta barrería el cielo desde el sur de sus horas hasta bien entrada la mañana
Una
incursión tras más de veinticuatro años sin regresar a ellas es como
reencontrar a una vieja y gigantesca amiga que se quedó anclada a la
tierra esperando nuestro regreso.
Gracias Dani Caxete, como siempre por tus conocimientos
y compañía; es siempre un placer ser tu guía en montaña y espeleología; pues la próxima nos vamos al centro de ella, al útero "l-interno".[d:D´]